Hoy en día el turismo –los impactos negativos de su industria, más bien– están bajo nuestro escrutinio. Pero a lo largo del siglo XX, y a medida que la clase trabajadora conquistaba derechos, el turismo de masas, como extensión del ocio obrero, fue considerado un anhelo de avance social universal. El gobierno de Salvador Allende en Chile promovió en esta línea un ambicioso programa de turismo popular dirigido a las familias de trabajadores de bajos ingresos.
Primero fueron una suerte de campings junto a la costa instalados por los propios trabajadores, luego instalaciones definitivas con modernas cabañas dotadas con zonas comunes, deportivas, guardería y actividades físicas, artísticas o culturales para los asistentes. Su construcción fue coordinada por el arquitecto Miguel Lawner, director ejecutivo de la Corporación de Mejoramiento Urbano (CORMU) bajo el gobierno de Allende y ganador del Premio Nacional de Arquitectura de Chile en 2019.
Durante el verano de 1971 se habilitaron 7 balnearios populares, en los que veranearon 2700 familias. Un año más tarde, los balnearios eran ya 15 y recibieron a unas 50.000 personas.
La Cineteca Nacional de Chile elaboró un cortometraje sobre la experiencia que se puede ver en la página del Centro Cultural la Moneda. Insistiendo en su promoción, la Central Única de Trabajadores CUT, cuyos asociados fueron los principales beneficiarios, hizo lo propio con Un verano feliz, otra película corta.
El destino de los balnearios fue tan siniestro como el del resto de país tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. El ejército se hizo cargo de ellos y algunos albergaron centros de detención y torturas de la dictadura, como los de Rocas de Santo Domingo, Puchuncaví o Ritoque.
Los barracones en forma de A diseñados como centro vacacional resultaron ser fácilmente reconvertibles en centros de tortura y detención. Su funesta segunda vida en manos de la DINA supuso el desmantelamiento de la mayoría de ellos a mediados de los años ochenta.
En 2014, la Fundación por la Memoria de San Antonio logró que el Consejo de Monumentos Nacionales declarara patrimonio histórico y lugar de memoria Rocas de Santo Domingo, donde fue filmado Un verano feliz, evitando que sus instalaciones fueran vendidas por ejército. La misma suerte ha corrido Puchuncaví.