Urbicidio en Palestina: una de las caras del genocidio

Para quien no esté familiarizado con el término, decir que en Gaza –y, en general, en Palestina– se está cometiendo un urbicidio puede parecer una frivolidad: están muriendo o quedando mutiladas miles de personas, ¿qué importan al lado de esto los edificios? Sin embargo, el urbicidio es mucho más que la destrucción material y forma parte inseparable del genocidio palestino que está ocurriendo en estos momentos.

Urbicidio se empieza a utilizar en los años sesenta del siglo XX y se ha aplicado, en el contexto de los conflictos bélicos, en grandes destrucciones como el bombardeo de ciudades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, la destrucción de infraestructuras durante la Guerra de Vietnam, la destrucción de Phnom Penh en el caso camboyano, o los casos de Sarajevo y Mostar en la guerra de los Balcanes, entre muchos otros.

En los últimos años se ha escrito bastante sobre la política urbicida del estado de Israel dentro de la ocupación palestina. Esto es, una estrategia premeditada de dominación a través de la destrucción de los espacios palestinos (incluyendo las zonas rurales también). Desde este punto de vista, se ha añadido la perspectiva de que en las últimas ´decadas se ha producido un urbicidio a distintas velocidades.

Por un lado está la violencia lenta (concepto de Rob Nixon aplicado al caso israelí por Dorota Golánska). Hablamos de las incautaciones y destrucciones deliberadas de colonos patrocinadas por el gobierno israelí que en este mismo momento se siguen produciendo en Cisjordania pero que, en “tiempos de paz” se llevan a cabo también de forma continua.

También, por supuesto, de las políticas de segregación y represión urbanas, que en el  caso de Gaza entran en la práctica genocida de la guitificación y en Cisjordania aparecen a través de políticas urbanísticas diseñadas deliberadamente para destruir la coherencia y continuidad del territorio palestino.

Al jubilarse, Teddy Kollek, alcalde de Jerusalén entre 1967 y 1993, hizo una declaración esclarecedora: “Por la Jerusalén judía hice algo en los últimos 25 años. ¿Por la Jerusalén Oriental (Palestina)? ¡Nada! ¿Aceras? ¡Nada! ¿Instituciones culturales? ¡Ni una! Sí, les instalamos un sistema de alcantarillado y mejoramos el suministro de agua. ¿Sabes por qué? ¿Crees que fue por su bien, por su bienestar? ¡Olvídalo! ¡Había algunos casos de cólera allí y los judíos tenían miedo de contraerlo!” (Graham, S.,2002)”

Luego, están las políticas urbicidas más decididas, que se aceleran en los momentos de conflicto armado. El 26 de enero de 2001 el Primer Ministro Ariel Sharon dio una entrevista en el periódico israelí Haaretz. Cuando se le preguntó qué haría respecto de los persistentes disparos palestinos contra los nuevos asentamientos judíos en Gilo, al sur de Jerusalén, respondió:

 “Yo eliminaría la primera fila de casas en Beit Jela. Y, si el tiroteo persistiera, eliminaría la segunda hilera de casas, y así sucesivamente. Conozco a los árabes. No les impresionan los helicópteros ni los misiles. Para ellos no hay nada más importante que su casa. Por lo tanto, debajo de mí no verán a un niño tiroteado junto a su padre. Es mejor arrasar todo el pueblo con excavadoras, fila tras fila”.

Aunque el urbicidio se viene produciendo al menos desde los años cincuenta, es a partir de este momento, durante la operación Escudo Defensivo (2002), cuando adquiere un carácter masivo y estratégico, seleccionando los lugares a destruir por razones políticas y militares.

En abril de 2002 el ejército israelí arrasó con bulldozers un área de 40.000 m 2 en el centro del campo de refugiados de Jenin, en el norte de Cisjordania. Un informe de la ONU estimó que en ese ataque fueron asesinados unos 52 palestinos, la mitad de los cuales eran civiles. La operación Escudo Defensivo destruyó totalmente 140 bloques de apartamentos multifamiliares, dañando otros 1.500 y dejando sin hogar a 4.000 habitantes de una población total de 14.000 en Jenin (las máquinas también arrasaron parte de Nablus, Hebrón y Ramala).

Un jefe del Estado Mayor israelí declaró que el bulldozer D-9 era un arma estratégica. Hablamos de un bulldozer acorazado diseñado expresamente para la labor destructiva, reforzado con placas blindadas de acero, con diminutas ventanas a prueba de balas en la cabina, palas excavadoras y cubetas de carga optimizadas para la demolición de hormigón, con una herramienta para destruir el asfalto en la parte trasera. La plasmación del urbicidio planificado en un arma de guerra.

Destruir los espacios de los palestinos es un castigo colectivo hipócrita, que bajo la sempiterna excusa de acabar con las bases de Hamas, ha destruido en sucesivas operaciones carreteras, infraestructuras informáticas, símbolos culturales y democráticos del Estado de Israel, hospitales, campos de olivares, escuelas, hogares…

La destrucción material de las poblaciones produce en la población las consecuencias traumatizantes bien conocidas del despojo y el desarraigo, la degeneración del tejido urbano, el empobrecimiento crónico, el desdesarrollo,  la falta de acceso a recursos y servicios básicos, así como acrecenta efectos de la vigilancia constante por parte de una sociedad.

A ojos de los jerarcas sionistas, el crecimiento rápido y desordenado de las ciudades palestinas supone un desafío para su política de control, y en su destrucción sistemática –y, en ciertos periodos, radical– encuentra una solución efectiva. Los campos de naranjos u olivos son obstáculos visuales para el establecimiento de vallas y controles; los barrios populosos de trazado informal ratoneras donde se esconde el enemigo.

En este momento estamos asistiendo a la velocidad de crucero de ese urbicidio que, decíamos, es permanente y se presenta en distintas velocidades según el momento. Según estimaciones hechas a través de imágenes de satélite y publicadas por The Economist, el pasado 1 de noviembre se habían destruido unos 29.000 edificios, el 11% del total de la franja.

El gran número de palestinos desaparecidos, aplastados bajo los escombros de los bloques de hormigón durante la actual operación militar israelí (unas 2000 cuando escribo esto) es mucho más que una metáfora dolorosa, es la literalidad lacerante de cómo la destrucción balística de las ciudades es una de las caras del genocidio.

Bibliografía:

Golańska, D. (2022). Slow urbicide: Accounting for the shifting temporalities of political violence in the West Bank. Geoforum, 132, 125-134.

Graham, S. (2002). Bulldozers and bombs: the latest Palestinian–Israeli conflict as asymmetric urbicide. Antipode, 34(4), 642-649.

Graham, S. (2003). Teoría y práctica del urbicidio. New left review, 19, 39-54.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *